CONVERSACIÓN con CLAUDIA ARAVENA Y GUILLERMO CIFUENTES

Fotogramas de video monocanal lugar común/common place, 2002. Stills from the single-channel video lugar común/common place, 2002.  ©Claudia Aravena Abughosh y/and Guillermo Cifuentes (+/d. 2007)


Lugar común / Common Place  (2001) es un vídeo, parte de un proyecto colaborativo entre los artistas Guillermo Cifuentes y Claudia Aravena, sobre la base de una correspondencia audiovisual que ellos conducían entre las ciudades de Santiago y Berlín.

El proyecto explora las ideas de distancia, desplazamiento y dislocación (el ser extranjero), como formas de estar y vivir en la ciudad, al mismo tiempo que se construye como un diálogo: entre artistas, entre ciudades, entre espacios de tránsito y las personas que los recorren.

Las imágenes sonidos y textos que lo componen, representan fragmentos de la vida urbana en Santiago de Chile y Berlín, Alemania, que van tejiendo un “lugar” subjetivo, que no es ninguna de las dos ciudades pero existe en el transitar de una a otra, en el recorrido entre aquí y allá, entonces y ahora, uno y otro. 

Julia P. Herzberg: El trabajo en colaboración que hacen ustedes sigue interrogando temas relacionados con los problemas de identidad surgidos del exilio que cada uno vivió. Por ejemplo: Guillermo, naciste en Chile de padres chilenos que fueron exiliados en 1973 a causa de las condiciones políticas imperantes en el país en esa época.  En otras palabras, desde los cinco y hasta los diecinueve años viviste en países diferentes. Dime algo acerca de la experiencia de extrañamiento desde una óptica personal. 

Guillermo Cifuentes: El exilio nunca es una elección. Mis padres fueron obligados a dejar el país después de Septiembre de 1973. El destierro de mi padre sólo fue levantado en 1987, unas semanas antes de su muerte en un accidente automovilístico en Ecuador. Retornó para ser enterrado.

El destierro, en cambio, lo aprendí como un hecho dado y al cambiar los lugares, no perteneces a ninguno de ellos. Uno pertenece más bien a un origen perdido, a un conjunto de imágenes heredadas, a una abstracción.

Cuando llegué a Chile, llegué a un país extranjero, así como llegué a otros países, pero esto resultó doloroso porque siempre me enseñaron que éste era el mío, así que decidí borrar ese acento adquirido en contacto con otras lenguas, y ahora puedo pasar en muchos aspectos por chileno. 

Ser hijo del exilio es pertenecer al territorio de la paradoja, donde cualquier identidad estable es imposible por defecto: no se puede anclar a nada concreto. Uno queda atrapado siempre entre referentes y marcadores de identidad contradictorios, ninguno de los cuales aparece como “naturalmente” tuyo. 

Julia P. Herzberg: Claudia, también naciste en Chile. Tu padre es chileno, tu madre, quien emigró por razones políticas, es palestina. Es obvio que te has sentido diferente desde niña. ¿Qué marcas dejó en tu persona el hecho de crecer en un ambiente bi- o multicultural en Santiago, entre los años 1970 y principios del 80? 

Claudia Aravena: Por un lado, nunca se cuestionó el hecho de “ser chilena”, eso estaba dado; por otro, estaba la certeza de pertenecer a una comunidad cerrada, cuyos orígenes se encontraban en un lugar lejano, desconocido para mí, con normas propias, y en cierta medida igualmente cargado de exotismo como lo es para otros chilenos de origen no árabe. Nunca vi  esto como una invalidez, sino como un plus que me permitió gozar de un doble status que enriquecía mi experiencia. Eramos ortodoxos y aceptados en colegios católicos, pero no teníamos que cumplir con todas las obligaciones de un alumno de esa religión. Mi cada vez más creciente ateísmo se regocijaba con ello. Siempre hubo detalles durante mi infancia y adolescencia: los distintos rituales sociales, entre ellos las comidas como el humus, el falafel u otras típicamente palestinas y no chilenas como la cazuela o las empanadas; las relaciones familiares, los apodos, el acento de mi madre al hablar español; en fin, situaciones que fueron moldeando una conciencia de otredad. A todos estos detalles concretos los coronaba la casi solemne pero también sutil conciencia que nos transmitía mi madre del orgullo de pertenecer a la comunidad palestina. Pero al trasladarme a Berlín, tomé realmente conciencia del hecho de venir de otro lugar, al repetir la figura de la emigración.

JPH: ¿Fue el hecho de sentirse distintos lo que les llevó a colaborar en este vídeo o esta sensación de ser diferentes la percibieron durante la ejecución de este trabajo?

 GC: Quizás haya un reconocimiento mutuo de esa otredad en el origen de nuestra amistad. Es un rasgo que comparto con un grupo de amigos comunes y tal vez no es coincidencia. Pero no recuerdo haber conversado explícitamente al respecto antes de Lugar común.

En 1999 Claudia me invitó a Berlín para ayudarla a editar un vídeo nuevo (Berlin been there/to be here). Trabajando en esa cinta, descubrimos que habíamos llegado a muchas ideas y preocupaciones similares en nuestro trabajo, y que a ambos nos interesaban ciertas imágenes, como el paisaje urbano y la relación con él. Yo acababa de volver a Chile de los Estados Unidos y estaba empezando a trabajar en una serie de proyectos que involucran la memoria de mi familia y la historia de Santiago. Los proyectos de Claudia se movían en las mismas coordenadas. Las conversaciones que tuvimos entonces condujeron a Lugar común

CA: No me parece que exista la “sensación de ser diferentes”, menos en un sentido elitario, con Guillermo compartimos años de formación y colaboración en la escuela y los posteriores a ella, luego le siguió un período de tiempo –cuando él hizo sus estudios de posgrado en Syracuse y yo emigré a Berlin- en el cual dejamos de vernos. Fué en el año 1999 cuando Guillermo vino a colaborar en la edición de mi entonces vídeo “Berlín” cuando nos reencontramos en Berlín. Ahí, y después de muchos años, nos enfrentamos al hecho de que nuestros trabajos se insertaban en un universo temático similar, fué ahí donde decidimos proceder con el “intercambio epistolar”. Es evidente que además de tantas colaboraciones nos une una infranqueable amistad, donde compartimos entre otras cosas una sensación de extrañeza, quizás y sea ese el nodo, pero nunca lo verbalizamos, nunca lo hicimos controlable.

JPH: ¿Qué temas básicos decidieron explorar en este vídeo acerca de la identidad? ¿La memoria?  

GC: Como extranjero, estás permanentemente a distancia tanto de tu lugar de origen como del lugar en que te encuentras. Estás siempre comparando, buscando lo distinto para definir lo propio, pero también tratando de encontrar lo familiar en lo extraño para poder apropiártelo. Allá pasa a ser un lugar en la memoria y los afectos más que un lugar concreto. Aquí es un sitio con el que tienes una relación cambiante de identificación y rechazo, y está, por lo tanto, sometido a una constante redefinición. Al vivir así, aquí/allá se entrelazan en una gramática crecientemente compleja que, al no poder retener plenamente ninguno de los dos términos, acaba generando un nuevo lugar, uno subjetivo. Este movimiento entre el lugar del que provienes y el que habitas, que acontece tanto en la mente como literalmente, define una identidad en tránsito permanente. Estas dinámicas y cambiantes nociones de identidad y lugar eran lo que nos interesaba explorar.

Y así aparecieron líneas temáticas como la percepción del idioma como barrera, el carácter espectral que adquieren las imágenes sometidas a múltiples códigos, o las facetas del lugar imposible porque o bien está perdido o bien no lo podemos poseer; es el vivir tensional. 

CA: Los paralelismos constituyen para mí uno de los modos de este trabajo, siempre hay que optar, y cuando tienes la sensación de dominar “el todo”, la “pantalla” se divide y tienes que volver a optar. ¡Qué línea leer, qué secuencia mirar, qué idioma hablar? Incluso si tienes un gran dominio, no puedes apropiarte de ese todo, nunca puedes seguir los paralelismos; esto sintetiza la experiencia de la dislocación. La dislocación continua o la extrañeza permanente terminan moldeando esta cierta forma de identidad, la que percibe siempre retazos, fragmentos; la que no retiene –en algún sentido— ese “armonioso total”, donde desaparece la idea de tener una complicidad evidente con la ciudad, donde se tiende a la comparación constante con lo otro. Es sobre identidad y cómo ésta se articula de lo que tratamos. 

JPH: ¿Qué pretendían lograr al hacer un vídeo acerca de añoranzas, remembranzas lejanas, recuerdos borrados, sensaciones de pertenencia o reconciliación? 

GC: Vivir en el desplazamiento no puede reducirse a una sumatoria de pérdidas. La noción de lugar, a pesar de todo, sigue existiendo. Teníamos curiosidad por ver si nuestras exploraciones paralelas de estas contradicciones eran comparables. Así que decidimos intentar una extensión más performativa del diálogo sobre nuestros proyectos individuales, generando un proyecto compartido.

Esto significó desplazar aún más, de modo bastante literal, una subjetividad en la otra, una ciudad en la otra, una cultura en la otra. Al dislocar el proceso creativo mismo, esperábamos poder construir un lugar que nos fuera común en el ejercicio material del diálogo, en el despliegue de la actividad misma de desplazamiento. 

El título, Lugar común emergió por si solo hacia el final del proceso de edición, y parecía circunscribir lo que había sido la experiencia en su conjunto. La idea de re-territorializar este “lugar” hecho de cruces y re-cruces, ahora entrelazados, en sus ciudades de origen, parecía el siguiente paso natural. Así se dio la instalación, extendiendo los cruces aún más al incorporar al intercambio nuevos peatones, nuevas subjetividades en tránsito. 

CA: Pretendíamos construir, ilustrar de manera subjetiva ese “tercer lugar” donde se habita, ese lugar de entremedio formado de retazos, pero sin pretender llenar una canasta con mutilaciones y remembranzas, sino continuar con la idea del desplazamiento, llevándola al extremo para luego compararla otra vez; hacer, en el fondo, una extensión de esta experiencia que, por lo demás, le es común ya a una cantidad inmensa de gente, pero sin hacer que esta experiencia de dislocación se torne negativa. 

JPH: ¿Podrían describir cómo intercambiaron ideas e imágenes viviendo en ciudades distintas y cuáles fueron los aspectos metodológicos de esta colaboración?   

GC: Quisimos trabajar desde lo cotidiano, sin intentar construir interpretaciones complejas o discursos generales de antemano, así que acordamos grabar notas simples, en vídeo, con observaciones de la vida diaria en nuestras respectivas ciudades. Por razones técnicas (Europa usa sistema PAL, Chile el NTSC), no nos enviamos los vídeos mismos, pero intercambiamos imágenes e ideas por e-mail.

El trabajo se fue desplegando desde ahí. En algunos casos, las ideas de Claudia motivaron respuestas mías, como con los inmigrantes vietnamitas en Berlín, que me hicieron ver su contraparte transoceánica en las trabajadoras peruanas de Santiago. 

Yo introduje la observación de las similitudes en los sistemas de transporte y otros rasgos urbanísticos. Hay una mezcla peculiar de continuidad y discontinuidad en las experiencias contemporáneas de desplazamiento. Algunas personas han observado que en el vídeo a veces se hace difícil distinguir una ciudad de la otra.  

CA: Al principio, sin un objetivo específico, sino como un ejercicio, decidimos intercambiar material audiovisual en una extensión durante un tiempo indeterminado. Aunque no nos enviamos las cintas, recopilamos el material, y estuvimos periódicamente en comunicación vía net y por teléfono; conversábamos acerca del material y de la experiencia, y nos hicimos llegar imágenes (stills) que ilustraran mejor lo que estábamos haciendo. Al cabo de seis meses nos volvimos a encontrar para trabajar el material, y en ese momento el vídeo tomó forma.   

JPH: Al comienzo de esta conversación, Claudia nos dio a conocer su percepción acerca de los vínculos o lazos comunes que unen su percepción del exilio, el extrañamiento y la pertenencia a comunidades transculturales o transnacionales? Guillermo, ¿cómo te sientes respecto a estas  problemáticas?   

GC: La transnacionalidad ha pasado a ser una experiencia universalmente extendida. Y siempre es una experiencia de la extrañeza, o del ser extraño: aceptar y rehusar, acomodar y rechazar, en un proceso a menudo violento. Siempre nos confronta con las cuestiones del idioma como exclusión, diversos grados de xenofobia, restricciones legales y burocráticas, y problemas de ese tipo.

Los jóvenes vietnamistas que venden cigarrillos ilegalmente en el vídeo habitan precisamente el pliegue más difícil de esta realidad, al igual que las domésticas peruanas  sentadas en la Plaza de Armas en Santiago un día domingo: soportan la hostilidad climática, barreras idiomáticas, la discriminación, la explotación, los peligros de la migración ilegal, la precariedad de la sobrevivencia. Pero al mismo tiempo, encarnan la voluntad de encontrar y construir un lugar en el desplazamiento, a toda costa. 

Como decimos en el vídeo, intentamos “imaginar sus cartas”, y podemos imaginar que las palabras que usan cuando hablan a sus casas se parecen a las nuestras. Porque nos hallamos todos entre esos impulsos contradictorios: la nostalgia de unos referentes de identidad ausentes y el deseo de pertenecer en un contexto foráneo, estar aquí y recordar allá, renunciando, en esta negociación permanente, a cualquier posibilidad cómodamente fija de origen u hogar. Ese proceso constituye nuestro lugar común.

JPH: ¿Qué artistas o escritores actuales han explorado el tema del exilio, y cuáles les sirvieron de punto de partida para sus investigaciones? 

GC:  Mi pensamiento y trabajo de arte han ido evolucionando a lo largo de otros ejes temáticos, como la identidad o la memoria entendidas como construcciones textuales, siempre frágiles, siempre en proceso. Hiroshima Mon Amour, la película de Alain Resnais escrita por Marguerite Duras, me ha dado mucho en qué pensar a través de los años: la imposibilidad de representar experiencias definitorias de la identidad para un otro; el modo en que una memoria presente, activa, desengancha nuestra posición en el mundo, poniendo la subjetividad a la deriva entre aquí y ahora y allá y entonces; la manera en que la ciudad misma se fragmenta en una miríada de experiencias parciales de lugar que nunca cuajan en un todo aprehensible... Fue la primera película que vi que escogía poner en perspectiva diversos modos de representación como una forma de sugerir o apuntar a algo que “no puede ser” representado. La idea de que esa es la única aproximación posible, aún admitiendo que es necesariamente fallida, se ha vuelto central a mi trabajo. 

También la obra de Juan Downey, aunque la descubrí más bien tarde, ha tenido un impacto. El también trabajó desde una situación de dislocación, y aunque probablemente sea forzado leer toda su producción desde esa perspectiva, ciertamente lleva la marca de alguien que aprendió a asumir el “ser extranjero” como única nacionalidad. 

CA: La influencia más próxima que podría vincularse con mi parte en este trabajo es la  reflexión que Edward Said hace en su libro Orientalismo, en el sentido de armarse una construcción del otro para hablar de uno mismo, la construcción de un sentido de lo exótico, de lo extraño, de lo otro de acuerdo a nuestras coordenadas, para justificar nuestros propio lado oscuro, y finalmente, para tener una idea de que existe una aprehensión, aunque sólo sea una idea.

Más tarde, en su biografía Fuera de Lugar, escribe, o más bien describe su propia experiencia de la dislocación, del fuera de lugar, desde un punto de vista retrospectivo, donde trae al presente el/los plano(s) de la memoria. 

Julia P. Herzberg, Ph.D.©